Me gusta el personaje de Kostas Jaritos, aunque tiene una mentalidad, en cuanto al papel de la mujer, propia del siglo XX; es un comisario de policía que, habiendo odiado en el pasado al sistema comunista, ahora es amigo, casi hermano, de uno de los comunistas que aún quedan por Grecia viviendo en un centro de refugiados. Lambros Zisis, éste que nada posee en cuanto a bienes materiales se refiere, cuenta con el cariño de la familia Jaritos al completo. Adrianí, la mujer del comisario, lo respeta y admira, por lo que es y a lo que se dedica: ayudar a los necesitados, dirigiendo el centro. Katerina, hija de Kostas, quiere tanto a Lambros que no sólo lo llama tío sino que puso a su hijo su nombre en su honor. Lambros acude a ver a su “nieto-tocayo” casi todos los días. Al igual que Kostas, cuando termina su trabajo.
Kostas mantiene en todo momento su seña de identidad, el amor incondicional hacia sus amigos y su familia, presentes en todo momento y particularmente en esta entrega, demostrando que las mujeres son también imprescindibles. Ellas asombran a Jaritos y a nosotros nos asombra, siempre, Márkaris.